Emprender es simple si cumples con la Ley de Gall

Hoy te vengo a hablar del que considero que es uno de los errores más graves que cometemos al comenzar con un nuevo proyecto.

Y es que, a la hora de aterrizar una idea de negocio, nos gusta complicarnos, y a mí el primero.

En vez de seguir la senda de lo simple y crear un proyecto con foco, el poder abarcar más, refiriéndome tanto a público como a funcionalidades, nos atrae demasiado.

Y pasa lo que pasa. En la mayoría de los casos acabamos yéndonos por las ramas y creamos un proyecto tan grande sobre el papel que no vemos la forma de que vea la luz. Y si aún así logramos lanzarlo al mercado seguramente sea un producto demasiado inabarcable difícil de dirigir.

Aquí es donde entra en juego la Ley de Gall, un principio que la mayoría de empresas que han logrado bastante éxito han seguido a rajatabla.

Ojo, no digo que porque lo hagan las startups más famosas del mundo debamos hacerlo o que simplemente por seguir este consejo tengamos el éxito garantizado, nada más lejos de la realidad. La cuestión es que en cuando sepas de que trata seguramente te guste tanto que la vas a tener en cuenta para tus futuros proyectos.

La Ley de Gall nos viene a decir, de forma muy resumida, que un sistema complejo que funciona se ha desarrollado a partir de un sistema simple que igualmente, funciona. En cambio, un sistema complejo diseñado desde cero nunca funciona y no se puede reparar para que funcione. Habría que empezar de nuevo partiendo de un sistema sencillo que funcione.

Vamos, en resumidas cuentas, que lo de crear proyectos mastodónticos con todo tipo de opciones y funcionalidades desde cero es una utopía. Incluso las grandes empresas que hoy conocemos, con todo tipo de complejidades asociadas, comenzaron partiendo de algo simple, muy simple.

Y para muestra un botón. Y es que el caso de Netflix encajaría perfectamente a modo de ejemplo. ¿Acaso crees que empezaron intentando llegar a acuerdos con todo tipo de empresas del mundo del cine y la televisión para distribuir todos sus productos bajo una misma plataforma? Seguramente ni se les pasó por la cabeza cuando empezaron que llegarían a un nivel de complejidad como el que hoy tienen. Simplemente eran dos amigos que apostaron por crear la simple propuesta de poder alquilar películas por correo. Y ya ves donde ha desembocado toda su historia.

¿Y qué me dices de Amazon? Al principio solo vendían libros, y ahora si hay algo que no venden, es que no existe.

Los fundadores de todas estas empresas comenzaron desde un punto simple, el más simple posible, para ir introduciendo complejidad a medida que su modelo de negocio se lo pedía.

Y es difícil resistirse a la tentación de que nuestros proyectos lleguen a más público, tengan más funcionalidades, más opciones y más de todo.

Me topo todas las semanas con gente que me escribe con la idea de importar todo tipo de productos para crear una especie de ecommerce que abarque el máximo posible. Seguramente tu mismo te habrás sentido tentado en algún proyecto en ofrecer servicios infinitos intentando cubrir todas las opciones que se te han pasado por la cabeza.

No digo que no pueda tener resultados en ciertos casos muy puntuales, pero creo que no merece la pena. ¿No sería mejor comenzar con una idea simple, que aporte una única solución a un único tipo de cliente? Ya habrá tiempo para mejorar nuestro producto, si es que el mercado nos da su ok.

Pero hay un problema en la mentalidad de gran parte de la sociedad que es crucial atajar para evitar males mayores y es que lo simple diría que incluso está mal visto.

Parece que si algo es demasiado sencillo no merece la pena y su valor cae en picado y por eso cada vez es todo más complejo, al menos en apariencia.

Si te fijas, en la lista de características de cualquier producto o servicio nos van a meter todo tipo de información, a ser posible en gran cantidad y con nombres raros, que suene todo muy complejo.

Y esto tiene un nombre que no es otro que el sesgo de sofisticación. Este sesgo es un fallo que muchos CEOs cometen al evitar los conceptos más simples y prácticos buscando la complejidad, ya que es considerada como algo más sofisticado e inteligente.

Vamos, que ya sea por intentar quedar bien de cara a lo demás o por no parecer demasiado simples, nos buscamos todo tipo de complejidades innecesarias.

¿Y qué podemos aprender de todo esto? Pues yo me quedaría con que la próxima vez que tengamos una idea en mente y queramos desarrollarla, debemos idear la versión más simple posible, que haga el menor número de cosas posibles enfocadas en la menor variedad de buyer personas posibles. Y solo cuando obtengamos resultados consideraremos ir agregando variables para darle más funcionalidades.

Vamos, que nos va a tocar de decir que no a mil cosas por cada “sí”.

Al final es también una cuestión de paciencia, una virtud que escasea y que es vital a la hora de emprender. Queremos hacer de todo, con resultados inmediatos y a ser posible para antes de la cena.

Las cosas de palacio van despacio, como se suele decir, así que creo que es hora de dar bola al emprendimiento “simple y lento”, por llamarlo de alguna manera, donde los resultados se hacen esperar y no tratamos de reinventar la rueda con cada nuevo proyecto.

Sobre el tema de la simplicidad en los negocios hay bastante literatura escrita en los últimos años, pero me la reservo para futuros episodios.

Ahora te toca a ti parar y reflexionar en tu próximo proyecto. ¿Merece la pena introducir todas las variables que tienes en mente o quizá sería mejor tratar de resolver una única necesidad?

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